EL PROCESO A JESÚS DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LAS JURISDICCIONES PENALES JUDÍA Y ROMANA (I)
Después de más de tres años de estudios y tras la lectura de una amplia bibliografía ―37 obras al respecto, de muy diversos autores y opiniones―, en mi calidad de jurista, me dispongo a hacer pública mi investigación sobre el proceso a Jesús de Nazaret, desde el punto de vista jurídico. Lo haré siempre desde el más estricto respeto a los creyentes, entre los que me encuentro, y siendo lo más objetivo posible.
Pensaba hacer pública la presente investigación a través de un seminario, de alrededor de tres sesiones, en algún centro de la localidad. Pero los serios inconvenientes surgidos por la pandemia que mundialmente padecemos, me han impelido a publicarla para conocimiento de todo aquél que se sienta atraído por la misma. Como es algo larga, para no cansar a los posibles lectores, me he propuesto divulgarla a través de unos 10 capítulos o sesiones que procuraré que su cadencia sea semanal. Y, sin más, entremos en materia.
LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS COMO HECHO HISTÓRICO
Según Ernest Renan establece en su obra Vida de Jesús (Editorial Calmann Levy, París, 1947, página 396, in fine), con relación a la tradición, existen cuatro grados para establecer que un suceso sea verdadero: seguro, probable, posible e imposible.
Paul Winter, en El proceso a Jesús (obra digitalizada en 1995 y disponible en pdf en: https://elmundobiblicodigital.files.wordpress.com/2015/07/64023511-el-proceso-a-jesus-paul-winter-1995.pdf, págs. 8 y ss.), considera que el hecho de que Jesús de Nazaret fue juzgado y condenado a morir en la cruz es totalmente seguro. Tal evento es afirmado por todos los historiadores especializados en el Nuevo Testamento, con solo alguna, muy escasa, discrepancia, que no alcanza el 1 % del total de la communis opinio.
Estos hechos, considerados seguros, están atestiguados en fuentes de la época (segunda mitad del s. I y primera mitad del s. II) por autores romanos, judíos y cristianos en documentos que han llegado hasta nosotros.
En la literatura de la segunda mitad del s. II, hay alusiones esporádicas a actas del proceso, supuestamente redactadas en el juicio a Jesús por orden de Pilato. Sin embargo, todas ellas son de carácter apologético y no merecen una consideración seria desde el punto de vista histórico, ya que los autores de las mismas las hicieron sin tener acceso a archivos oficiales de ningún tipo.
Los evangelios, aunque no se escribieron con el propósito de guiar a los historiadores, sino que son obras de propaganda de la fe cristiana, también nos aportan una serie de datos históricos, considerados como seguros, algunos de ellos, y como probables, otros. De hecho, las únicas fuentes documentales de que disponemos sobre el proceso a Jesús son los evangelios. Y aunque estos narran el mismo acontecimiento, lo hacen de diferente forma ―introduciendo personajes nuevos en el relato, creando nuevas situaciones, etc.―, aunque los elementos básicos se mantuvieron constantes. Cada uno de los evangelistas, al redactar su obra, no encontró una única tradición, sino varias. Junto a lo que podríamos llamar “tradición primaria”, había ya una serie de “tradiciones secundarias” nacidas de ella, que los evangelistas ensamblaron, mezclando tradiciones y formulando la narración con la finalidad de ejemplificar, exponer, exhortar y, sobre todo, adoctrinar. Pero eso no es todo, cada evangelista amplió todo ello con su aportación propia y específica. Así, el conjunto de los cuatro evangelios contiene descripciones diferentes de una escena de carácter judicial o cuasi judicial, junto con diferentes descripciones de otras escenas, como el maltrato y escarnio de que Jesús fue objeto.
También tenemos referencias precisas del derecho romano vigente en la época, aunque las normas jurídicas que se aplicaban en las nuevas provincias no eran idénticas a las que regían en la Urbe, ni a las que se imponían en las provincias senatoriales que ya llevaban un periodo relativamente largo bajo la administración romana. De otra parte, tenemos descripciones detalladas de las normas del derecho judío, aunque son de una época posterior a Jesús (la Misná y el Talmud). De unas y otras hablaremos más adelante.
En conclusión, podemos afirmar, de todas las fuentes históricas, que pasamos a analizar, que el hecho de que Jesús murió crucificado es un hecho considerado como históricamente cierto.
Fuentes históricas:
Son de dos clases: las evangélicas y las extraevangélicas, judías y romanas, principalmente.
Los evangelios
La primera y natural fuente sobre el proceso a Jesús es, sin duda alguna, el conjunto de los cuatro evangelios canónicos, pero nos encontramos con una dificultad y es su relativo valor histórico, ya que su objeto primordial no es la historia sino la propagación de una nueva fe, de una nueva ideología (Manson, T.W. The servant Messiah, pág. 54).
Sin embargo, bueno será analizar el origen histórico de los evangelios ya que ellos son la base de este estudio. Surgen todos ellos en la segunda mitad del s. I, cuando los primeros cristianos empiezan a ver que el reino prometido por Jesús tarda en llegar, e incluso es dudosa la segunda venida de este. Ello produce un gran desasosiego que se acrecienta cada vez más desde dos ángulos distintos: Por un lado, las diferencias entre los judíos y los judeocristianos se hacen más grandes al declarar aquellos a estos como blasfemos, herejes y traidores; de otra parte, la llegada al judeocristianismo de gentiles hace que surjan nuevas dudas sobre la aplicación o no a estos de las leyes mosaicas. Si unimos a todo ello la destrucción del templo de Jerusalén el 5 de agosto del año 70, las divergencias se acrecientan. Preguntas como si había dado instrucciones Jesús a sus seguidores; si predicó o no también para los gentiles; qué posición se debía adoptar frente al invasor romano; por qué fue crucificado, etc., dieron lugar al nacimiento de los evangelios. Estos no son biografías de Jesús, sino explicaciones de hechos y dichos de este que, por cierto, en muchas ocasiones difieren y cuentan todo ello de forma distinta.
Otras fuentes extraevangélicas
Pocas son las fuentes no evangélicas de la época. Unas judías, como el testimonio de Flavio Josefo, que en su obra Antigüedades de los judíos (Libro XVIII, Capítulo 3, apartado 3) escribe:
«Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre, porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los judíos, Pilato lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas habían anunciado este y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos».
El texto anterior ha sido interpolado, probablemente por un lector cristiano que añadió al manuscrito original una nota marginal, incorporada luego al texto. En 1972 el profesor Schlomo Pines, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, anunció su descubrimiento de un manuscrito árabe del historiador Melquita Agapio, del s. X, en el que el anterior pasaje de Josefo queda expresado de una manera más apropiada para un judío. El texto de Agapio es el siguiente:
«En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas».
También existen otras fuentes extraevangélicas, romanas, entre ellas las menciones de autores como Tácito, donde en su obra Anales, Libro XV, nos dice:
«Mas ni con socorros humanos, donativos y liberalidades del príncipe, ni con las diligencias que se hacían para aplacar la ira de los dioses, era posible borrar la infamia de la opinión que se tenía de que el incendio había sido voluntario. Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos, a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador de Judea. Por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición; pero tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, sino también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas atroces y vergonzosas que hay en las demás partes.
»Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por indicios de aquellos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento al género humano. Añadióse a la justicia que se hizo de estos la burla y escarnio con que se les daba la muerte. A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña, a los cuales, en faltando el día, pegaban fuego para que, ardiendo con ellos, sirviesen de luminarias en las tinieblas de la noche».
Otro autor romano, Suetonio, en su obra Vidas de los doce césares, afirma que «expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente, a instigación de Cresto» (sic en Libro V, Tiberio, 25,4), y que «se entregó al suplicio a los cristianos, una clase de personas que profesa una superstición nueva y perniciosa» (Ibídem, Libro VI, Nerón, 16,2).
Por su parte, Plinio el Joven, procónsul de Bitinia (Asia Menor), que, sobre el 111-112, escribió una carta a Trajano (Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum eiusdem responsis, Libro X, 9), sobre la forma de tratar a los cristianos que le son denunciados, en la que nos dice que:
«Maestro, es regla para mí someter a tu consideración todas las cuestiones en las que tengo dudas. ¿Qué podría hacer mejor para dirigir mi inseguridad o instruir mi ignorancia?
»[…] Nunca he participado en las investigaciones sobre los cristianos. Por tanto, no sé qué hechos ni en qué medida deban de ser castigados o perseguidos. Y con no pocas dudas me he preguntado si no habría de hacer diferencias por razón de la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o si bien a cualquiera que haya sido cristiano de nada le sirva abjurar, si ha de castigarse por el mero hecho de llamarse cristiano, aunque no se hayan cometido hechos reprobables, o las acciones reprobables que van unidas a ese nombre.
»Mientras tanto, esto es lo que he hecho con aquellos que me han sido entregados por ser cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, le repetía dos o tres veces la pregunta, amenazándolos con suplicios: a los que perseveraban, los he hecho matar. No dudaba, de hecho, confesaran lo que confesasen, que se los debiera castigar al menos por tal pertinacia y obstinación inflexible.
»A otros, atrapados por la misma locura, los he anotado para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. Bien pronto, como sucede en estos casos, multiplicándose las denuncias al proseguir la indagación, se presentaron otros casos diferentes.
»Fue presentada una denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas. Aquellos que negaban ser cristianos o haberlo sido, si invocaban los nombres de los dioses, según la fórmula que yo les impuse, y si ofrecían sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que yo había hecho instalar con tal objeto entre las imágenes de los dioses, y además maldecían a Cristo, cosas todas ellas que me dicen que es imposible conseguir de los que son verdaderamente cristianos, he considerado que deberían ser puestos en libertad.
»Otros, cuyos nombres habían sido dados por un denunciante, dijeron que eran cristianos, pero después lo negaron. Lo habían sido, pero después dejaron de serlo, algunos al cabo de tres años, otros de más, algunos incluso por más de veinte. También todos estos han adorado tu imagen y las estatuas de los dioses y han maldecido a Cristo.
»Por otra parte, estos afirmaban que toda su culpa o su error había consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo juramento, no a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos esos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente. Pero que habían abandonado tales prácticas después de mi decreto, con el cual, siguiendo tus ordenes, había prohibido tales cosas.
»He considerado sumamente necesario arrancar la verdad, incluso mediante la tortura, a dos esclavas a las que se llamaba servidoras. Pero no logré descubrir otra cosa que una superstición irracional desmesurada.
»Por eso, suspendiendo la investigación, recurro a ti para pedir consejo. El asunto me ha parecido digno de tal consulta, sobre todo por el gran número de denunciados. Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o serán puestos en peligro. No es solo en la ciudad, sino también en las aldeas y por el campo, por donde se difunde el contagio de esta superstición. Sin embargo, me parece que se la puede contener y acallar. De hecho, me consta que los templos, que se habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y las ceremonias rituales, que se habían interrumpido hace tiempo, son retomadas, y que por todas partes se vende la carne de las víctimas, que hasta ahora tenían escasos compradores. De donde se puede concluir que gran cantidad de personas podría enmendarse si se les ofrece la ocasión de arrepentirse».
Por último, el autor satírico Luciano de Samosata (ca. 120 a ca. 200), en su obra La muerte de Peregrino describe, en plan de burla, la vida de un individuo que se convierte al cristianismo y que después apostata:
«[…] Los cristianos están tan enamorados de Peregrino que lo veneran como a un dios, después, naturalmente, de ese otro al que adoran todavía más: el hombre que fue crucificado en Palestina por introducir ese nuevo culto en el mundo […] adorando a ese mismo sofista crucificado y viviendo bajo sus leyes…»
Todas estas referencias son muy breves y no nos sirven de base para acercanos a la verdad de nuestro asunto. De ahí que el único camino serio posible sea el estudio de las instituciones, de los principios y de las reglas que jugaron un papel importante en la configuración de todos estos acontecimientos (continuará).
Ldo. Pedro López Martínez.
Víctor Cordero
21 de febrero de 2021 @ 13:24
Estoy seguro de que el abogado Pedro López llegará a alguna conclusión interesante en este tema tan dificultoso. Realmente cuenta sólo con los documentos de los cuatro evangelios, a su vez tan iguales y tan dispares, basados quizás en pequeños textos de dichos, la famosa fuente Q y la tradición recogida por Marcos. Y eso sin meternos en los textos evangélicos no canónicos… Salir de este lío y llegar a buen puerto, no es fácil. Pero, por lo que yo sé, Pedro López a quien he seguido algo en sus publicaciones, por su constancia, saber, tesón y trabajo puede conseguirlo. Y es un tema apasionante: por qué ajusticiaron al hombre más importante y trascendente de la cultura occidental. Seguiremos con interés los próximos capítulos