EL PROCESO A JESÚS DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LAS JURISDICCIONES PENALES JUDÍA Y ROMANA (III)
En los capítulos anteriores llegamos a la conclusión de que el hecho de que Jesús muriera crucificado, es históricamente cierto. También se introdujo al lector tanto en el derecho penal judío (la Torá ―en especial, el Levítico y el Deuteronomio―, la tradición oral, la Misná y el Talmud), cuanto en su órgano jurisdiccional máximo (el Sanedrín). En el capítulo presente continuaremos con el Sanedrín y estudiaremos los procedimientos de ejecución en el proceso penal judío, para concluir analizando el proceso incoado a Jesús por el Sanedrín hasta su entrega a las autoridades romanas, acorde con los evangelios canónicos.
Órganos jurisdiccionales judíos: El Sanedrín. El sumo sacerdote
El Sanedrín, presidido por el sumo sacerdote en ejercicio, era el órgano máximo de los judíos en materias legislativa, judicial, administrativa y de gobierno. El término Sanedrín procede del griego synédrion que significa reunión de personas sentadas (debido a la calma y gravedad con la que los orientales acostumbraban a tratar las materias acabadas de decir). Según Flavio Josefo, estaba compuesto por un total de 71 miembros. En tiempos de Jesús estos miembros estaban distribuidos en tres cámaras: la de los sacerdotes, la de los escribas y doctores y la de los ancianos. Cada una de ellas constaba de 23 miembros lo que, unido a la existencia de un vicepresidente y un presidente, totalizaban los 71 miembros dichos. Durante la dominación romana, las sentencias judías que conllevaran condena de pena de muerte debían ser ratificados por el prefecto a través de otro proceso regido por el derecho romano, lo que significa que el Sanedrín sí tenía potestad para dictar sentencias de muerte, aunque carecía del poder de su ejecución.
Los procedimientos de ejecución en el proceso penal judío
Las sentencias de pena de muerte, en el derecho procesal judío, se podían cumplir de cuatro formas diferentes: lapidación (la más frecuente), cremación en la hoguera, degollación y estrangulación. Por tanto, si el Sanedrín hubiera tenido el ius gladii, Jesús no hubiera sido crucificado jamás, sino que hubiera sido lapidado, quemado, decapitado o estrangulado.
Los tres primeros métodos de ejecución (lapidación, hoguera y degollación) aparecen mencionados en el Antiguo Testamento, mientras que el cuarto (estrangulación), no lo está. Tampoco existen pruebas de que alguna sentencia de muerte se haya cumplido por este método de estrangulación, aunque su introducción, a través de la Misná, nos hace pensar que, en el momento de su recopilación, se estaría aplicando esta pena de muerte. Sin embargo, Flavio Josefo menciona casos de estrangulación ejecutados por Herodes el Grande, siendo uno de ellos el caso de Hircano II (Josefo, Flavio, Las antigüedades de los judíos. Madrid, 1997. Ediciones Akal, Libro I, Cap. XXII,2).
Esta pena se llevaba a cabo mediante una toalla de tela fuerte que se retorcía alrededor del cuello del condenado, envuelta en otra más suave, hasta que moría asfixiado. Se ha dicho que el móvil que llevó a los rabinos del s. II a instaurar la estrangulación en lugar de la degollación fue por causas religiosas, con la piadosa finalidad de que en la resurrección se presentasen al Juicio Final con el cuerpo completo.
En cierta medida, se parece a la pena de muerte por garrote vil que se usó en España desde 1820 hasta el advenimiento de la Constitución Española de 1978, que abolió la pena de muerte. Las últimas ejecuciones se realizaron en España en el año 1974 con los condenados Salvador Puig Antich y Heinz Chez.
Los demás métodos de aplicación de la pena de muerte ―lapidación, cremación en la hoguera y degollación― son más conocidos a lo largo de la historia en el derecho penal.
Existencia de un procedimiento penal con orden de arresto
¿Hubo antes del prendimiento a Jesús una investigación y orden de arresto? Es evidente que, antes del prendimiento de Jesús, sí hubo algunas investigaciones que conllevaron un progresivo hostigamiento hacia él por parte de las autoridades religiosas de Israel. Así, las espigas arrancadas en sábado (Mt 12,1); la curación, del paralítico en la piscina Probática o Betesda (Jn 5,1-9 y 7,14), en una fiesta indeterminada de los judíos, sobre septiembre u octubre del año 29, el anterior a su muerte, se hizo en sábado (el incumplimiento de la santificación del sábado se castigaba con la pena de muerte. Dice la Biblia, Ex 35,1-3, que, cuando Moisés bajó del monte Sinaí, reunió a la comunidad y le dijo: «El Señor me ha dado órdenes de que se haga lo siguiente: Se podrá trabajar durante seis días, pero el día séptimo será para ustedes un día sagrado, de completo reposo en honor del Señor. Cualquiera que en ese día trabaje será condenado a muerte. Dondequiera que ustedes vivan, ni siquiera fuego deberán hacer el sábado»), etc.; todos estos hechos, entre otros, conllevaron la incoación del procedimiento penal contra Jesús, porque los judíos buscaban matarle (Jn 7,1). De allí, durante la fiesta judía de las Tiendas, Jesús marchó a Jerusalén y se puso a enseñar en el Templo (RIBAS ALBA, J.M., Proceso a Jesús. Córdoba. Editorial Almuzara, 2019, pág. 97). Si atendemos a que el evangelista Juan (Jn 7,32) dice que los sumos sacerdotes y los fariseos enviaron guardias para apresarlo y hacerle comparecer ante el Sanedrín, ello implicaría que esa orden de arresto estaría dentro de un procedimiento abierto contra él. Por tanto, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que sobre la fiesta de las Tiendas del año 29 ―admitiendo el año 30 como la fecha de la muerte―, Jesús ya estaba imputado en un proceso penal incoado por el Sanedrín (sería la reunión de un primer consejo, según RIBAS ALBA, J.M., en la obra acabada de decir, Proceso a Jesús, pág. 98), aunque en esos momentos no pudieron prenderlo (Jn 7,45). Poco tiempo después, durante la fiesta de la Dedicación, en el invierno del año 29, Jesús predicaba en el Templo, en el pórtico de Salomón (Jn 10,22-23) y, con tal motivo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle, diciéndole estos que la causa era una blasfemia porque, siendo hombre, se hacía a sí mismo Dios (Jn 10,31-33). Quisieron de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos, marchándose al otro lado del Jordán (Jn 10,39-40). De allí lo llaman las hermanas de Lázaro, diciéndole que este se encuentra muy enfermo y que marche a Betania. Sus discípulos se lo desaconsejan porque no hacía mucho los judíos querían apedrearle (Jn 11,7-8). Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba cuatro días muerto y estaba en el sepulcro (Jn 11,17), pero Jesús lo resucitó (Jn 11,43-44). Este hecho no pasó desapercibido, sino que se extendió rápidamente por toda la ciudad de Jerusalén. Entonces, los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo (estaríamos en presencia del segundo consejo) y decían: «¿Qué haremos? Porque este hombre realiza muchos signos. Si lo dejamos que siga así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación». Pero uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta de que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación”» (Jn 11,47-52).
Desde este día, decidieron darle muerte (Jn 11,53, Mc 14,1). Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos, sino que se retiró a una ciudad cercana al desierto, llamada Efraín, y allí residía con sus discípulos (Jn 11,54). Estando cercana la Pascua de los judíos, los sumos sacerdotes y los fariseos dieron órdenes de que si alguno sabía dónde se encontraba Jesús, que lo notificara para detenerle (Jn 11,55-57). Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado (Jn 12,1). Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no solo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, el resucitado. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro (Jn 12,9-10).
Las cosas se precipitaron cuando, al día siguiente, el primer día de la semana para los judíos (nuestro actual domingo), Jesús se dirige a Jerusalén y es recibido, con ramas de palmera, por una numerosa muchedumbre, que lo aclama como el Mesías (Jn 12,12-13). Entonces los fariseos se dijeron entre sí: «¿Veis como no adelantáis nada?; todo el mundo se ha ido tras él» (Jn 12,19). Dos días después, el martes, 12 de nisán (abril), los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, se reunieron en el palacio del sumo sacerdote, llamado Caifás (sería la tercera reunión del consejo), y se pusieron de acuerdo para prender a Jesús y darle muerte, pero no durante la Pascua para que no hubiera alboroto en el pueblo (Mc 14,2).
Por lo tanto, después de tres reuniones del Sanedrín, es indudable que Jesús tenía incoado un proceso penal y, como consecuencia del mismo, una orden de arresto. Según el Talmud de Babilonia (Tratado Sanhedrin, 43,a), durante cuarenta días el pregonero iría diciendo «lo sacarán para ser lapidado porque ha practicado la magia, ha inducido y seducido a Israel. Todo aquel que tenga algo que decir en su defensa debe comparecer y exponerlo». Pero no se encontró nada en su defensa y por eso fue suspendido del madero en la víspera de la Pascua.
El prendimiento
Fue durante la noche del jueves al viernes, el 14 de nisán, cuando después de la última cena, estando Jesús con sus discípulos en el huerto de Getsemaní, se presentó un grupo de gente armada. Eran los agentes del templo, armados de bastones; estaban apoyados por un destacamento de soldados romanos armados de espadas; la orden de detención procedía del sumo sacerdote y del Sanedrín (Mt 26,47; Mc 14,43; Jn 18,3). Según la unánime tradición de los primeros tiempos, el propio Judas acompañaba a la escuadra (Mt 26,47; Mc 14,43; Lc 22,47; Jn 18,3; Hch 1,16) e incluso, según algunos, llevó la infamia hasta sellar su traición con un beso (Mt 26,48; Mc 14,45; Lc 22,47). Cualquiera que fuere esa circunstancia, lo cierto es que hubo un comienzo de resistencia por parte de los discípulos. Según se dice, Pedro (Jn 18,10) sacó la espada e hirió en una oreja a uno de los servidores del sumo pontífice, llamado Malco. Jesús detuvo este primer impulso. Él mismo se entregó a los soldados. Débiles e incapaces de actuar en consecuencia, los discípulos se dieron a la fuga y se dispersaron; únicamente Pedro y Juan no perdieron de vista a su maestro.
El juicio ante el Sanedrín
La conducta que los sacerdotes habían decidido seguir contra Jesús se encontraba muy de acuerdo con el derecho establecido. El procedimiento contra el «seductor» que tratara de atentar contra la pureza de la religión se explica en el Talmud, aunque, como se ha dicho, no se sabe con certeza si esta costumbre estaría o no vigente a la sazón. Según el Talmud, cuando un hombre ha sido acusado de «seducción» se aposta a dos testigos, a los que se oculta detrás de un tabique; se disponen las cosas para atraer al acusado a una habitación contigua, donde pueda ser escuchado por los dos testigos sin que los descubra. Se encienden dos luces cerca de él para que quede bien comprobado que los testigos «lo ven» (en materia criminal sólo se admitían testigos oculares, según la Misná, Tratado Sanhedrin, 4,5). Entonces se le hace repetir su blasfemia. Se le invita a retractarse. Si persiste, los testigos que le han escuchado lo llevan al tribunal y se le lapida. El Talmud añade que fue de este modo como se procedió con Jesús, que fue condenado por la declaración de dos testigos que habían sido apostados; que, además, el crimen de «seducción» es el único para el que se preparan de ese modo los testigos (Talmud de Jerusalén, Tratado Sanhedrin, 14,16; Talmud de Babilonia, mismo tratado, 43,a). El plan de los enemigos de Jesús era convencerle, por medio de informe testimonial y por sus propias confesiones, de blasfemia y de atentado contra la religión mosaica, condenarle a muerte, según la ley; después, hacer aprobar la condena por Pilato (RENAN, E. 1968. Vida de Jesús. Madrid. Editorial Edaf, pág. 269), ya que, según nos dicen los propios discípulos de Jesús el crimen a él reprochado era la seducción o blasfemia (Mt 17,63; Jn 7,12 y 47). El que fuera sumo sacerdote Anás recibió al inculpado, pero como en aquel año no era el que presidía el Sanedrín, tras interrogarle, lo envió a su yerno, Caifás, que sí lo era. El Sanedrín se encontraba reunido en su casa (Mt 26,57; Mc 16,53; Lc 22,66). Comenzó la información; comparecieron ante el tribunal varios testigos, preparados de antemano, según el procedimiento inquisitorial expuesto en el Talmud. Aquellas fatales palabras que Jesús había pronunciado realmente: «Destruiré el templo de Dios y le volveré a edificar en tres días», fueron citadas por dos testigos. Según la ley judía, blasfemar contra el templo de Dios equivalía a blasfemar contra el propio Dios (Mt 23,16 y ss.). Jesús guardó silencio y se negó a explicar las palabras que se le recriminaban. Si hemos de creer a uno de los relatos, el sumo sacerdote le exhortó entonces a decir si era el Mesías, el Hijo de Dios; Jesús contestó «sí, lo soy» e incluso proclamó ante la asamblea el próximo advenimiento de su reino celestial (Mt 26,63-64; Mc 14,61-62; Lc 22,70. El cuarto Evangelio nada sabe de semejante escena).
A partir de ese momento, el resultado de la sentencia era predecible. Jesús lo sabía y no emprendió una defensa inútil. Desde el punto de vista del judaísmo ortodoxo, era realmente un blasfemo, un destructor del culto establecido; la ley castigaba sus crímenes con la muerte (Lv 24,14: «Saca fuera del campamento al que maldijo, y que todos los que lo oyeron pongan las manos sobre su cabeza, y que toda la congregación lo apedree» y Lv 24,16: «Además, el que blasfeme el nombre del Señor, ciertamente ha de morir; toda la congregación lo apedreará. Tanto el forastero como el nativo, cuando blasfeme el Nombre, ha de morir»). La asamblea le declaró culpable de delito capital por unanimidad (Mt 26,66; Mc 14,64).
El Sanedrín no tenía derecho a ejecutar una sentencia de muerte (Jn 18,31; Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, XX, IX, 1; Talmud de Jerusalén, Tratado Sanhedrin, I,1). Pero no por eso Jesús dejaba de ser desde aquel momento un condenado a muerte. Permaneció el resto de la noche expuesto a los malos tratos de una chusma de la peor especie, que no le ahorró ninguna afrenta (Mt 26, 67-68; Mc 14,65; Lc 22,63-65). Por la mañana, los jefes de los sacerdotes y los ancianos se reunieron de nuevo (Mt 27, 1; Mc 15, 1; Lc 22, 66; Jn 18, 28). Se trataba de que Pilato ratificase la condena pronunciada por el Sanedrín y que carecía de validez a consecuencia de la ocupación de los romanos (continuará).
Ramon Alcaraz
28 de febrero de 2021 @ 09:23
Un gran trabajo de investigación e interesantes artículos,que para las personas que no estamos dentro del derecho,nos hace ver desde ese punto de vista, el proceso que llevó a la pasión y muerte de Jesucristo. Magnífico
Víctor Cordero
1 de marzo de 2021 @ 19:47
Muy ilustrativa toda la descripción de los procedimientos. Gracias. Al final hay dos acusaciones: una «doméstica» (blasfemia) y otra «internacional»: se proclama rey. Con esta segunda lo condena Pilatos. Será muy interesante ver el próximo capítulo de Pedro López a este respecto.
Y una curiosidad: ¿por qué estaban tan obcecados que hasta querían matar a un resucitado, Lázaro? Lázaro resucitado debía ser para ellos un signo potente…