LA LLAMADA DIDAJÉ O DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES (II)
CONTENIDO
Al igual que se ha hecho con el epígrafe anterior, para hacer más ilativo este trabajo, procederé a clasificar su contenido en varios apartados, a saber:
- Su dicción o forma de expresarse su autor; y
- Su estructura.
1. SU DICCIÓN
De forma curiosa, el autor se expresa en esta obra utilizando siempre la segunda persona en los verbos, como si se dirigiera a uno o varios destinatarios previamente conocidos por él. Comienza usándola en singular: Amarás en primer lugar a Dios que te ha creado y, en segundo lugar, a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro (cf. 1,2) para, de inmediato, cambiar al plural: Y de estos preceptos la enseñanza es ésta: Bendecid a los que os maldicen y rogad por vuestros enemigos y ayunad por los que os persiguen. Porque, ¿qué gracia hay en que améis a los que os aman? ¿No hacen esto también los gentiles? Vosotros amad a los que os odian y no tengáis enemigo (1,3).
Esta forma de expresión viene a ser como una disertación dirigida por el maestro —el autor— al discípulo o discípulos —el lector o lectores—; una alocución donde el maestro principia aconsejando o enseñando no sólo los pilares de toda religión (Amarás en primer lugar a Dios), sino también otros que son fundamentales en toda relación social o de alteridad (Ama a tu prójimo, que es lo mismo que todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro), para continuar instruyendo —sin dejar de utilizar la segunda persona en los verbos— sobre principios morales [apártate de los deseos carnales (1,4)] y otros que hoy en día podríamos catalogar de jurídico-penales [no matarás, no adulterarás, no corromperás a los menores, no fornicarás, no robarás… (2,2)] y concluir con otros preceptos de carácter ritual, propios de la liturgia cristiana como el bautismo (capítulo 7.º), el ayuno y la oración (capítulo 8.º), la eucaristía (capítulo 9.º), etc.
Maestro y discípulo. Frisos del Partenón. Atenas
Esta forma de expresión —uso de verbos en segunda persona, tanto del singular como del plural— es un estilo que genera confianza en quien lo lee o escucha, pero creo que debemos entenderla no en un sentido concreto, sino más bien como dirigida a una colectividad, entendida como ente abstracto.
2. SU ESTRUCTURA
Todos los autores a los que he accedido, nemine discrepante, dividen la obra en 16 capítulos. Aunque cualquier otra división no dejaría de ser alabada siempre que con ella se facilitase su estudio y metodología. Pero más que a la forma o al número de capítulos, haré una clasificación atendiendo a su fondo o contenido. Podría ser la siguiente:
2.1. Normas de naturaleza moral.
2.2. Normas de naturaleza jurídico-penal.
2.3. Normas rituales o litúrgicas.
2.4. Normas disciplinarias de la comunidad cristiana.
2.1. NORMAS DE NATURALEZA MORAL
Al ser las más importantes desde el punto de vista de cualquier religión, la obra comienza haciendo una elemental división dualista: el bien y el mal, para profundizar a continuación en tales conceptos.
Dedica los capítulos 1.º, 3.º y 4.º a analizar el llamado camino de la vida (el bien), y a explicar el camino de la muerte (el mal) en sus capítulos 5.º y 6.º
He dejado dicho, de forma consciente, que los capítulos 1.º, 3.º y 4.º están dedicados al camino de la vida, pero alguien me podría tachar —y no sin razón— de que también habría que agregar a ellos el capítulo 2.º Y aunque, sin duda, esa fue la intención del autor, porque a la sazón la Moral incluía en su seno al Derecho, hoy está fuera de toda duda que la Moral y el Derecho pertenecen a ámbitos distintos, con independencia de que en algunos determinados aspectos coincidan ambas ramas del saber. De ahí que, voluntariamente, haya dejado el capítulo 2.º para comentarlo dentro de las normas de naturaleza jurídico-penal.
El autor, como buen adoctrinador, huye de la tentación de definir el camino de la vida, pero lo detalla para una mejor comprensión por el destinatario —pueblo llano en su inmensa mayoría, carente de cultura y prácticamente analfabeto— a través de dos parámetros: el uno, por inclusión y el otro, por exclusión.
Incluye en su regazo conceptos generales plenamente conocidos por todos como el amor a Dios y al prójimo (1,2), y otros más particulares que sirven de complemento a los anteriores, tales como la bendición al que maldice, el ruego por el enemigo y el ayuno por los que nos persiguen (1,3), el poner la mejilla derecha al que te golpea en la izquierda, el acompañar dos millas al que pide acompañamiento para una, el dar la túnica al que te quita el manto (1,4), la dación al que pide, sin reclamar nada (1,5), la mansedumbre (3,7), la generosidad, la compasión y el pacifismo —algo que en estos momentos está tan en boga— (3,8), la búsqueda de los rostros de los santos para hallar descanso en sus palabras (4,1), juzgar rectamente (4,3), odiar la hipocresía y todo lo que no es grato a Dios (4,12), confesar los pecados (4,14), incluso comete el autor el error —quizá llevado por su celo bueno— de incluir en la definición lo definido cuando introduce en el camino de la vida la bondad (3,8).
Desde otro punto de vista y con la finalidad de rellenar la laguna de definición del concepto camino de la vida, excluye de él actos tales como el deseo carnal (1,4), la irritación o furia y los celos —debemos entender los malos— (3,2), el habla sucia y la vanagloria (3,3), la hechicería y la astrología (3,4), la mentira, codicia y engreimiento (3,5), la murmuración, mentecatez y egoísmo (3,6), la indemnidad (3,8), la autoexaltación y el alejamiento de las almas engreídas (3,9), no hacer cisma (4,3), no andar con alma dudosa (4,4), no extender la mano para recibir (4,5), no rechazar al necesitado (4,8), no levantar la mano a los hijos (4,9), no abandonar los mandamientos del Señor (4,13) y no acercarse a la oración con mala conciencia (4,14).
Como vemos, aunque no se define el concepto camino de la vida, su autor se ha encargado de esculpirlo con gran detalle y precisión.
Tampoco ha definido lo que él denomina camino de la muerte, pero al igual que con el concepto anteriormente visto, lo perfila con maestra precisión. Y aunque en cierta medida ya ha hablado de él al incluir en el camino de la vida todo aquello que no se debe hacer, todavía le dedica otros dos capítulos: el 5.º y el 6.º
Al tratarse de un concepto negativo —el mal— solamente se contienen en él elementos de igual naturaleza, tales como el asesinato, adulterio, concupiscencia, fornicación, robo, idolatría, brujería, orgullo y un largo etcétera.
Podemos ver que en este “camino de la muerte” existen normas comunes a la Moral y al Derecho. Estas últimas se analizan a continuación.
2.2. NORMAS DE NATURALEZA JURÍDICO-PENAL
Ya se ha dejado dicho que la Didajé es la primera piedra en la fábrica del edificio que hoy conocemos como Derecho Canónico.
La matanza de los Santos Inocentes. Fresco en iglesia de Lüen (Suiza)
De un lado, recoge en su seno delitos tan antiguos como el mismo mundo, pero no se incluyen en él los correlatos —las penas— por dos razones:
- Porque su destino no es regular las conductas externas de alteridad de las personas, que es función del Derecho, sino las internas de la comunidad cristiana, lo que es propio de la Moral. Pero como en toda regla, existen también aquí sus excepciones: las normas de naturaleza ritual o litúrgica, que sí prescriben conductas externas para los comuneros destinatarios en relación con el bautismo, el ayuno, la eucaristía, etc., que se verán más adelante; y
- Porque el autor carece de la necesaria potestas y auctoritas para hacer cumplir coercitivamente normas de orden público.
De otra parte, hay que resaltar que se recoge por vez primera como conducta altamente digna de reproche un delito: el aborto. En efecto, se afirma expresamente que “no matarás al hijo en el seno materno” (2,2). Como vemos, desde esta perspectiva, esta obra se constituye en el primer paladín de la defensa del feto, algo que ha tardado siglos en ser tipificado por algunos ordenamientos jurídico-penales actuales mas no en todos.
Estas normas de naturaleza jurídico-penal, al contrario que las restantes, no siguen una metodología —sin duda alguna porque no era intención de su autor su regulación—, sino que se encuentran dispersas por toda la obra. Así, destacamos el homicidio, adulterio —aunque en nuestro país está descatalogado como delito, existen todavía otros ordenamientos jurídicos que lo mantienen—, corrupción de menores, robo, aborto e infanticidio (2,2 y 5,1), perjurio, falso testimonio y calumnia (2,3), el asesinato (3,2 y 5,1) y los malos tratos para con los hijos (4,9).
Continuará
Ldo. Pedro López Martínez